Les contaba que al volver de la vieja
Europa, tras un breve paso por mi casa a practicar el noble arte de la colada, agarré otra maleta y puse rumbo hacia el
Nuevo Mundo. Mi destino era
Virginia, la tierra llamada así por
Elizabeth I, la "Reina Virgen", madre de Presidentes, tierra sureña por excelencia. El ver a los amigos que hace tiempo que no ves, unido al descubrir nuevos sitios hace que el viaje se lo más apetecible. La mezcla de descubrimiento y recuperación de largas conversaciones, créanme, es una sensación irrepetible.
Establecí "campamento base" en
Norfolk, ciudad natal del
General MacArthur, todo un pedazo de general de pata negra, pero pronto pusimos rumbo a
Washington D.C. El hecho de estar viendo constantemente una ciudad en televisión y las películas siempre provoca en mí una sensación extraña cuando la voy a visitar. Me da miedo que me decepcione. No me pasó eso con
Washington.
El poder sacarse la foto en el
Capitolio (irremediablemente una recuerda esa escena de
Mars Attacks! en la que lo vuelan) o en la
Casa Blanca (tantas y tantas veces vista en todas partes, que tiene una la sensación de haber estado viviendo allí una temporada). Sin embargo lo que más me apetecía ver era el
Lincoln Memorial, sentarme en esas escaleras y disfrutar de la vista. Mirar al flaco a los ojos. Además, eso de ir en plena campaña electoral hizo que presenciara el típico acto electoral pro-Obama, del que por supuesto me traje esa chapa que ya vieron.
No estuvo tampoco mal eso de tomarse un brunch el domingo cerca de
Dupont Circle y pasearse por el peculiar barrio de
Adams Morgan, colorista, mestizo y muy en la línea del
Notting Hill londinense. Calor insoportable que hacía, se lo garantizo, en mi vida.
Ese viaje sirvió también para visitar la vieja
Colonial Williamsburg, vuelta a las Colonias, día colonial, donde paseé entre colonos, vi tiendas coloniales, comí dulces coloniales, y me traje un libro de cocina colonial del que salen unas deliciosas galletas de azucar coloniales. ¿He dicho que era todo muy colonial?
Me gustó la incursión en USA, no era mi primera visita, o sí, si tenemos en cuenta que
Hawaii no es que sea una versión muy americana de los propios americanos. Demasiado hula y sujetadores de cocos. Para que lo voy a negar, me gusta toda la parafernalia que montan en torno a sus celebraciones, me gusta la comodidad que se respira en sus casas, y reconozco que mi consumismo se disparó hasta límites que quedan entre mi Visa y yo. Cosas de que el Euro sea más poderoso que el dólar.
Y gracias a mis anfitriones, atentos siempre, a los que se echa de menos y que espero por aquí. Buena gente de verdad.
Sé que les he contado poco, se me irán ocurriendo cosas e historias poco a poco, recuperaré fotos y les contaré las sensaciones que me recorrían cuando las saqué. Todo a su tiempo. Un exceso tanto post en tan pocos días.