Hace unos meses lloraba la pérdida de aquello que me había acompañado a lo largo de mi vida de constante lectora y hoy disfruto con el nacimiento de la continuidad, de la tradición bien mantenida, de un homenaje constante a lo que ha sido importante para muchos en esta ciudad. La Nova Colón está aquí ya.
Desde hace un par de meses disfrutamos de nuevo de los maravillosos consejos de Begoña, de sus preocupaciones por encontrarnos ese libro que nos hemos empeñado en leer. Es un revival absoluto de lo que era aquel local maravilloso de la calle Real, lleno de recuerdos, como ese viejo cartél que colgaba en la entrada, o ese suelo que no puede evitar que sientas que pisas las mismas baldosas ( un cuadro al fondo te hace ver que no es igual, sino que es tu subconsciente el que crea esa ilusión) y sobre todo, que el trato, el cariño, el que te sientas como en tu casa no ha cambiado ni un ápice.
En un momento en el que las masas se avalanzan sobre la FNAC ( entre ellas me incluyo, confieso) creo que todos demostramos con creces que en la vida hay sitio para las dos cosas, que sí, la magnitud del gigante francés nos absorbe, pero la calma, la calidez de nuestra librera estará ahí siempre y lucharemos para que así siga siendo.
19 julio 2007
05 julio 2007
EGIPTO
La arena del desierto cegó mis ojos. Me cautivó. Me trasladé a tiempos lejanos.
Vi ceremonias de momificación y de ofrendas a los dioses. Presencié cómo 3000 esclavos levantaban un obelisco de granito. Cómo se elegía la veta de piedra más perfecta para subir una hilera más de una pirámide. Agaché mi espalda y me faltó el aire mientras entraba en Kefrén hasta llegar a una de sus salas.
El Valle de los Reyes me mostró majestuosas tumbas en las que durmieron durante años grandes faraones. Me sentí Howard Carter entrando en la tumba más maravillosa jamás encontrada y miré a los ojos a la máscara dorada de Tutankamón. Regateé en los mercados y me jugué la vida en un taxi egipcio. Viví algo inolvidable que sé dará para muchas historias.
Vi ceremonias de momificación y de ofrendas a los dioses. Presencié cómo 3000 esclavos levantaban un obelisco de granito. Cómo se elegía la veta de piedra más perfecta para subir una hilera más de una pirámide. Agaché mi espalda y me faltó el aire mientras entraba en Kefrén hasta llegar a una de sus salas.
El Valle de los Reyes me mostró majestuosas tumbas en las que durmieron durante años grandes faraones. Me sentí Howard Carter entrando en la tumba más maravillosa jamás encontrada y miré a los ojos a la máscara dorada de Tutankamón. Regateé en los mercados y me jugué la vida en un taxi egipcio. Viví algo inolvidable que sé dará para muchas historias.
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